Vivir sin sentir sería un sinsentido.

Vivir sin sentir sería un sinsentido.
The flower that blooms last is the most rare and beautiful of all.

Sunday 31 August 2014

Trémulo.



Aún perdura en mi recuerdo la huella del recelo con el que te conocí. Mis titubeantes pasos de niña siempre me condujeron a la oquedad de tu abrazo, candente y prometedor, mas solemnemente temible. ¿Qué me apremió a encauzar la improvisada senda hacia tu meta? ¿Qué me vaticinó un indudable aperitivo de victoria? ¿Qué clase de nigromancia me envolvió entre sus tentáculos y me abasteció de ese auge infinito, de esa heroica intrepidez?  

Avancé trémula hacia ti, como una gota de lluvia plateada que oscila sobre una ciudad aletargada, pendiendo de unos esponjosos brazos de algodón. Trémula, sabedora de mi inminente y vertiginoso destino hacia desconocidas algarabías y plomizo cemento. Trémula, como el cohibido fulgor de una vela que, tozuda, se opone a extinguirse bajo el huracán. Trémulo mi turbado calvario y mi incipiente entereza. Trémulo espectro bajo un inquebrantable caparazón. 

Me encandilaste con la asilvestrada hermosura de un fuego fatuo disfrazado de ángel. Tú, pretencioso sueño, me prometiste un siglo y obtuve una dichosa eternidad. Tú, presagio cautivador, tan despiadado y tan bello, me embrujaste con pintoresco sigilo y teñiste mi monocromía de gamas imposibles. Tú, savia de luz, manjar de prodigios, insigne compañero. ¿Qué habría sido de mí sin tu enraizada fe, sin tus audaces conjeturas? 

Trémula me fundí en tu lumbre, y tú te fundiste conmigo. Trémulos erigimos algo tan colosalmente exquisito, que la más etérea de las palabras jamás le haría justicia. Trémula melancolía. Trémula incertidumbre. Trémula vehemencia. Trémula yo. Trémulo tú.
Trémulo mundo.


Addah Monoceros. 
                           

Tuesday 26 August 2014

Eterna.

¿Quién eres tú? Tú, con tu majestuoso porte, tú que me embaucas, que me seduces, hechizándome con cadenciosa suntuosidad. ¿Quién eres tú? Tú, que logras que reverencie cada centímetro de tu anatomía, en una impecable simbiosis de sentimientos y anhelo que aún creo desconocer. ¿Quién eres tú? Tú, ataviándome de cantos que, cual ingenua chiquilla, finjo míos y luzco con cándida coquetería. Tú que me enamoraste desde antes de lo que puedo recordar. 

Te pienso, te sueño, te escribo, y tú me hipnotizas con juguetona y creciente avidez. Me pierdo ineludiblemente en un entramado de arpegios cuya esencia, pícara, me persigue. Y yo aminoro el paso, pues aspiro a dejarme atrapar. 

¿Quién eres tú? ¿Cómo osaste irrumpir en el seno de mi vulgar y gris existencia, como el hálito del más dulce de los delirios? ¿Cómo pudiste anudar así mi corazón, ciñéndolo a las entrañas de tu cordura interna? Tú, amor mío, acorde entre los acordes, alma entre las almas, me despojaste de todo juicio humano, me timaste con deleitosa persuasión, y yo me dejé cautivar. 

Te toco, caricias cargadas de ardiente fervor. Las yemas de mis dedos recorren tus laberínticos andamios sobre los cuales construimos un fruto conjunto. Tus tañidos repican mansamente, y yo los coloreo en tu rostro con la resignada glotonería de quien se sabe libre en la cárcel de su pasión. 

¿Quién eres tú? Dulce prisión, déjame perderme en ti y perderme contigo. Deja que los latidos de mi fuero interno acompasen los tuyos. Déjame desmoronar todo puzzle de razón y arrojar los pedazos a las garras del olvido. Déjame explorarte. Déjame atesorarte. Déjame descubrirte. 

Addah Monoceros. 

Equipaje.

Equipaje.
Equipaje de vigilia, equipaje tostado de una luz nueva.

Equipaje. 
Equipaje de burda y voraz curiosidad por los recónditos mundos que albergan las gotas de lluvia. 

Equipaje.
Equipaje de genuinas idiosincrasias. 
Equipaje de palabras, de pensamientos, de pueril fisgoneo, de cristalino jolgorio. Equipaje de risas, de vivaracha inocencia, de promesas nacaradas, de espontáneos destellos, de años remotos.

Equipaje.
Equipaje edulcorado con primicias, con vertiginosos cambios, con efímera fugacidad. Equipaje de pétalos, de flores nacientes, de incipiente pericia en el arte de vivir. Equipaje de partida, y también de bienvenida. Equipaje de secretos, de enigmas a no discernir. 

Equipaje.
Equipaje de sosiego, de codiciada raigambre, de fuego pétreo. Equipaje de nostalgia, de sueños cumplidos, de anhelos olvidados que la duermevela vilmente invoca. Equipaje de surcos, de mechones albinos, de consumada quietud. Equipaje del vago recuerdo de un adiós casi olvidado, de genuinas idiosincrasias, de vivaracha inocencia, de promesas nacaradas.

Equipaje.
Mi equipaje. Equipaje que mi burda y voraz curiosidad guarda en los recónditos mundos que albergan las gotas de lluvia.

Equipaje.
Equipaje de la más precaria de las vidas, de latidos condenados por delitos no cometidos, de lágrimas de despedida, de una última bocanada de lo jamás terciado.

Equipaje custodiado por los tentáculos de un ilusorio y centenario instante.

Equipaje de recuerdos. Equipaje mundano y senil. Equipaje decrépito.

Equipaje de silencio.

 Addah Monoceros.

Monday 25 August 2014

Fate is a terminal disease.

She shifts around with angel-like gracefulness. Somewhere, deep in my soul, I can witness how her celestially silky wings flicker playfully on her back. Her eyes are profound and dark, like subways to Heaven's dusk. Her skin is pearly white and almost silvery. Her right hand reaches out for me as she strives to grasp my fingers, lips curling down in awe, raven hair outpouring down her shoulders. 

I scream, and so does her. Her howling ballade echoes my frantic anthem, as I vocalise aghast warnings she already discerns. My attempt to clasp her hand, pulling her to my safety, is purposeless. She limps, yet manages to stride forward, but I am already miles away from her. 

For a split second, her brittle body quivers and then cracks into a million droplets. I wail, and shriek her name, a name I will never articulate again. Flashes of light blast before my tearful eyes, and my last breath of life escapes me, sprinting joyfully towards the remains of her.  

My depleted body lies dead on the freshly mown grass, as the scarlet essence of my childhood splutters swiftly from my chest onto the soil. The Sun towers over me and makes my blood golden. And my core beats in mourning and liveliness, as my breath of life gently pours one silvery raindrop into my youthful epicenter, before leaving me forever. 

One silvery raindrop. 
The silvery raindrop. 


My silvery raindrop. 

Addah Monoceros. 

Sunday 24 August 2014

Incandescente.

Fuego. 
Luz que, imperiosamente y casi con mimo, subyuga los últimos resquicios de mi palpitante corazón, abandonando con parsimoniosa indiferencia el epicentro de mi ser.
Fuego. 
Implacable, gélido, el recuerdo impetuoso del entramado laberíntico de satén en el que consumábamos la incandescencia de la ciencia más antigua, perfora mi inerme alma. ¡Oh, desalmado hipocampo! Cuánto aprendí de ti, y cuándo aprendí contigo. ¡Cuánto te valiste de mi ingenuidad tú, veneno entre los venenos, dulce desazón! Embriagada, memorizando cada centímetro de tu sedosa exquisitez, con la ingenuidad de quien se sabe engañada y, pese a todo, cándidamente optimista. Aún saboreo tu apócrifa esencia, con sedienta avidez.
Fuego. 
Fuego lóbrego, oscuro, exangüe. Yerto mi corazón, aterido entre tus zarpas, zozobrando en un naufragio concebido por un océano de lágrimas almibaradas con el sabor de tus labios.
Fuego. 
Abatido desaliento. Exhalo mi último suspiro en forma de una vaga remembranza, tan exánime, que peca de incorpórea, como un espectro a la deriva. Ya nunca despuntará el día.


Addah Monoceros.

Ophelia.

El albor despuntaba con un toque de distinción casi aristocrático, vanagloriándose con el oro de los primeros rayos del sol. Aquel temprano fulgor matutino se fundió en un entramado de esencias tan particulares, que un tímido paso sobre la arena poseía el don de evocar los recuerdos más retraídos de mi memoria, aquellos que sólo germinan fortuitamente.

Avancé con ingenuo recelo, fingiéndome intrusa en aquel Edén marinero que me daba la bienvenida como si de una extraña me tratase. La arena nacarada parecía sonrojarse conforme mis pies me conducían a la azul alfombra almibarada, cual lecho cristalino. Las burbujeantes olas batallaban en forma de un suave vaivén, y una sutil brisa mesó mis cabellos, antaño oscuros, hoy blancos como la muerte.

¡Qué jocosa, la vida! La vida, aquella entidad tan precoz y a la vez tan efímera, como un fugaz viaje a las entrañas de un desconocido y lacerante recreo. La vida, encarnada en una mujer ataviada de reminiscencias, aquella a quienes todos miran pero pocos ven, aquella cuyos latidos, en armonioso compás, se precipitaban ya a su doble barra final.

Me dejé caer entre sus brazos de plata, y mi piel se fragmentó cual quebradiza figurilla de cristal. Reservé mi último suspiro para exhalar tu nombre, poesía entre las poesías, mi razón de ser. Mis ojos buscaron aquel punto en mi memoria donde todo cobra sentido, donde la luz es luz, y las sombras no son más que una vaga admonición de la caduca naturaleza del amor.

El albor despuntó aristocráticamente, vanagloriándose con el oro de los precoces rayos de un sol naciente. La arena nacarada adoptaba matices térreos conforme aumentaba su proximidad al mar. Y ahí, acunada entre sus batallantes olas, en medio de un suave vaivén, la princesa yacía, plácidamente exánime, en brazos del príncipe quien incumplió la promesa de regresar. El príncipe que atavió de reminiscencias a una mujer de cabellos antaño oscuros y hoy blancos como la muerte.

Una mujer cuyos latidos, en armonioso compás, habían llegado ya a su doble barra final.

Addah Monoceros.

Etéreo.

... se percató del origen de su estigma: la invisibilidad. Todo él constituía un ente invisible, intangible, mas perceptible para el resto de los sentidos cómo la esencia del más amargo de los recuerdos. Su palpitante existencia moldeaba la de sus allegados con la grácil delicadeza de quien se aferra a la rutina como una indómita fiera.
Pero ya no pudo más. El peso de los siglos y milenios sumergido en las tinieblas del olvido lo sofocaba hasta el punto de abandonarse al trance más eterno, al sueño infinito, al sino de los vivos.
No volvió a presenciar el amanecer.


Addah Monoceros. 

Power.

His knack of knowing was immeasurable. He was partially cognizant about his abysmal wit, but never ceased to accept it with exquisite modesty. There were times when I myself would be tricked into thinking he was thoroughly ordinary. But he was obstinate, and stubborn, and resourceful, and his power-loving nature eventually drove him into mediocrity. And hence why.

My little shop was nothing but a discrete store, cleverly smuggled in the adumbration of one of many bustling streets. Its tedious flair warned away those who shallowly overlooked what others could perceive as spellbinding. For this was no ordinary shop and he, of many, knew it well.

He knocked twice on my door, and walked in with further ado. We exchanged tentative glances, and a few trivial words. His voice was husky and melodious, rich in lure and charisma, and a rush of fierce anticipation overwhelmed me as I tried my very best to look fearless.

His bag was burdened with money as he left. And I treasured what he had delivered in return with relentless infatuation. It was mine now.

My presumptions were utterly correct, and he returned and hour before the third day succumbed to darkness. I gratified his faith on me, and urged him to cherish such loyalty, as I boosted his ego with flattering words poisoned with my own ambition. I too was developing a thirst for glory, a thirst so powerful, a thirst so colossal, it was less than a piece of cake for me to act persuasive.

By the end of the tenth day, my knack of knowing was immeasurable. I was partially cognizant about my abysmal wit, but knew how to accept it with exquisite modesty.

And he - he who sold it to me - had nothing... but money. Thus surrendering to the power-loving nature which, as I correctly discerned - drove him into mediocrity.

And I myself, wondered fervently what to do with the immense pool of global expertise that fool had handed me with childish innocence. If only I could sell a slight parcel of it to that gentle looking fellow in that shop across the street...
Addah Monoceros.