Vivir sin sentir sería un sinsentido.

Vivir sin sentir sería un sinsentido.
The flower that blooms last is the most rare and beautiful of all.

Sunday 30 November 2014

Ethos Antropos Daimon.

I always pictured months as shapeless living beings. Nebulous, inchoate, almost embryonic phantoms, each with their own, genuine identity. They fend our saneness with amaranthine walls, and lock us in a one-way intricacy where we are told to paint our happenstance - still all I can do is smudge and blemish what is now a stifled speck in life's everlasting holler.  Its voice is prodigious, though its breath sounds noxious. My blissful unawareness of my eventual fate hatches my dreams into blatant nebulas, ghostly entities who cradle me in their umbrage and trick me into feeling infinite. 

I always pictured months as ethereal, dainty deities. They own us, yet we conceal such truth and believe otherwise. How foolish of us! Us, the human race, veneering our evidential flair with obloquious forgery. Fiction, fiction, fiction. We bow to it and master its preposterous outcome. We impersonate gods and bluff ourselves into idyllic liars. 

And meanwhile, deep inside our deepest dreams, time laughs. And it drinks up the remains of life's noxious and prodigious breath as we, safely cradled in its nebula, are tricked into feeling infinite.

Addah Monoceros. 

Monday 17 November 2014

Ápeiron.

Deambulaba a la deriva en los confines del satírico dédalo que ella misma había gestado. El redil de pensamientos que conformaban sus muros la aprisionaba en un sañudo emporio de luces y sombras aunadas en tormentoso vacío. Vacío del que ella, ilusa, se había valido para forjar una utopía hogaño despeñada en una estepa de cenizas, ¡tan revoltosas ellas! ¡Tan hermosas! Vanagloriándose de la ardiente indumentaria que vorazmente las devoró en su día, la contemplaban, traviesas, y ella aminoraba el paso, pues el vacío la henchía de obsoletas remembranzas. Si tan sólo pudiera degustar su esperanza, edulcorarla de promesas y saciar su contrición infantil, su afligida puerilidad. Si tan sólo gozase de la audacia pertinente como para dinamitar la prisión en la que tan yerta se sentía. ¿Quién fue él? ¿Qué nimiedad la impulsó a encerrarse en sí misma y fingirse libre? ¿Qué clase de sortilegio la embelesó vilmente, usurpando su sistólico dogma? 

Mas nunca es tarde, preciosa. El tiempo no es más que un ilusorio disfraz, tan espléndido y a la vez tan fugaz, que pocos se detienen a ahormar su vulnerable fragilidad. Rompe con todo, pequeña. Brota, cual fénix, del rescoldo de tu ventura. Arde, lucha, siente. Húrtale a la vida su efímero hálito, y despliega los pétalos de tu propia combustión. Traza el camino que tu hipnótico laberinto decreta. Pues la mente, querida, es un pandemónium, un aprisco de entropía; y la entropía, niña mía, es libertad. 

Addah Monoceros. 

Friday 7 November 2014

Reclusa del Tártaro.

Me hablan de la voz del tiempo; pues el tiempo tiene voz propia, un rauco tañido que enmascara de complacencia el acerbo néctar vital, ese del que todos bebemos con cicatería, con la sórdida avaricia de un niño malcriado. Engullimos la savia de nuestra propia clepsidra, como si ésta entrañase la más perenne de las infinidades. Nos aproximamos tímidamente, dando nuestros primeros sorbos con la singularidad que otorga la curiosidad infantil, mas su trance prontamente se apodera de nosotros y nos recluye, seductor, en su entramado de tentáculos. 

La clepsidra no espera; su mansedumbre es la pantomima de la que se nutre. Nos extirpa la conciencia, nos moldea y nos transmuta. Dictamina nuestro sino con la prosa de sus hados, y nosotros sucumbimos, fatuos y presuntuosos, creyéndonos versados en un talud de vacuidad. Dicen que sus cantos envilecen el silencio, ese límpido piélago en el que buceamos hasta ahogarnos. Su percusión armónica simple enturbia nuestro elixir, pues es nuestro, oh receptáculo, oh cronógrafo dorado. Eclipsado queda el fondo del vaso, mas la sed no sacia y el anhelo se niega a sosegarse. Un trago, y otro, y otro más. Oh, licor entre los licores, oh, clepsidra mía, tú que me sustentas de luz y me ofrendas con el eco de tu prosa. Y es entonces cuando el arpegio se marchita, el deleite se evapora, y la frugalidad me golpea con el mármol de tu escarnio. Y yo me asfixio en mis sollozos, reclusa en el Tártaro precario al que yo misma me sentencio. 

Me hablan de la voz del tiempo; pues el tiempo tiene voz propia, un burdo deje que nos hechiza y nos cautiva, que nos embauca y nos hace beber de él; hasta que nada queda, hasta que nada deja. 

Hasta que nada somos. 

Addah Monoceros.

Sunday 2 November 2014

Kintsukuroi.

Escribo. 

No como escritora, no como erudita, no como ilustrada docta. No como alarde de sapiente fatuidad, ni como vanagloriosa ostentación. Ni siquiera como la remilgada y asustada niña que conforma mi ser, aquella cuyos grandes ojos me devuelven la mirada cada vez que me cruzo con ella al otro lado del espejo. 

Escribo. 

Escribo con condescendiente dulzura, edulcorando cada sílaba y hechizando a las alevosía del tiempo con un edén de almibarada prosa. Escribo con rabia, con la hostilidad de un invierno sin fin, con la crudeza de la tormenta que, divertida, arrecia la intensidad del álgido vals con el que el frío la atrae hacia sí. Escribo con pesar, salpicando mi poesía con hiel en lugar de tinta, emborronando las vocales que mi garganta finge reclusas y de las cuales se vale para anudar mi corazón en un mortífero lazo. 

Escribo por ti. Escribo para ti. Para vosotros. Para mí misma. Escribo para disfrazarme, para burlar a la niña quien, junto al espejo, emula mis movimientos y se pierde en la noche voraz del redil de sus ojos. Niña que, coqueta, se atavía de versos y los declara suyos, porque son míos. Escribo para escribir. Escribo para vivir. Escribo porque existo, pero también para existir. Escribo para perderme, y de ese modo encontrarme. Escribo para no volver jamás, pese a arraigarme, sedentaria, en páramos infinitos, esotéricos, incólumes, contusos. 

Escribo. 

Addah Monoceros.