Vivir sin sentir sería un sinsentido.

Vivir sin sentir sería un sinsentido.
The flower that blooms last is the most rare and beautiful of all.

Monday 30 March 2015

Séptima sensible.

Trazo armonía en el aire...

La diestra clave de sol, delicadamente estentórea, se pierde en un celestial ponto cuyos suspiros sacian la sed de un silencio escabroso y disonante. Con la izquierda, erijo los cimientos de una burda pero aristocrática peana, en cuya anatomía intangible queda esculpida la enjundia que me alimenta. El suelo tiembla bajo unos pasos tan vacilantes como templados, y el bocelo de mis huellas traza un vaporoso pentagrama, invisiblemente radiante, como el ósculo de fulgor con el que el amanecer nos obsequia. Blancas y negras se cruzan con el reflejo de mis pupilas atezadas, plisándose minuciosamente en el manto de cinco líneas — y mis manos trascienden los confines oníricos, sosteniendo cada bemol en la punta de los dedos. Se pierden en un roce incorpóreo, y el coartado semitono que separa al mi del fa besa los labios de la perennidad. Mis sentenciados latidos atrapan una certidumbre ilusoria que, retozona, se despoja prestamente de la intransigencia del compás. Y engalanándose a expensas de la armadura que la empareda, dispara saetas al corazón de una tonalidad tan alterada como natural. Pues no hay sinsentido más intenso que esta simbiosis de luz y sombra, y jamás un silencio había sabido tan isócrono. Que en el piano se gesta el vocablo del alma, que en él se auscultan sus cuerdas serenas, esa ventana tras la cual el mundo dibuja el núcleo en espiral de una semifusa demudada, una garrapatea exhausta. Mis lágrimas tropiezan en un entramado de peldaños armónicos, y melódicas se evaporan sobre la doble barra que corona la incandescencia. Y así suspiro en cada ritardando... trazando armonía en el aire...

Addah Monoceros.

Sunday 29 March 2015

Metalepsis.

Y tal vez el cosmos se recree hoy día en nuestro centelleante limbo, tan prematuro y a la vez tan deliciosamente diuturno, como el escarpado contorno de la piel anciana. Aún recuerdo cómo, vivaracho, embozó mis sueños en silenciosa asonada, mas no hay palabra alguna capaz de enaltecer el juego con el que mis hados, traviesos, cincelan presagios y profetizan almibaradas galernas de luz. Nos salpican con la fortuita simbiosis de su empíreo hechizo, y la flor más apolínea se rinde extasiada al copioso vergel que hospeda a sus ánimas errantes e indómitas. Me toman de la mano con un mimo desbordante e incoercible, y yo me dejo guiar por su entropía convicta, rociando de estrellas la senda que me lleva al amanecer. Y, ¡qué más da si me extravio, si me despojo de los momios con los que la realidad me tienta! ¡Qué más da si el retroceso se disgrega en el olvido y mis vaticinios se fingen utópicos! ¡Qué más da si me enveneno! Pues nunca había catado ponzoña tan dulce y promisoria, oh sino entre los sinos, efímera providencia de secretos. Y es que lo onírico de mi universo residió siempre en mi sistólico epicentro, y no hay Edén más tangible y glorioso que el que albergo en mi interior. 

Addah Monoceros.

Thursday 26 March 2015

Ophelia's Serendipity.

A gleaming carpet blushes down to you,
Rejoicing beads of crimson bloom at me,
So delicately burly, yet so free,
I bow to your prodigious tides of blue.
To sail, they say, dauntlessness is a must,
For he who travels far shall master gales,
And hence your crooning mermaids sweep their tails,
Thus vanishing in spumous waves of dust.
Their anthems, smoothly chant cryptic ballades,
Enslaving sound itself and even time,
Since space plundered your vastness to its core,
Hence drifting in its grim silvery blade,
Alluring us into a blighting rhyme,
To which dawns will be witnessed nevermore. 

Adieu my dear heavens, now offed,
Holding on to fugacious streaks of gold,
I lie upon your aquamarine bed,
Spreading my wings, feeling both awed and bold.
My heart shuts down to legends still untold,
And thirsty I give in and drink my fate,
My aching systole yearned to be consoled, 
Though it was still too pristine to be late.
How could a pain so dim become so great?
How did it make me fall in love with Death?
It crucifixes me until I mutate,
Doth with such pleasure it steams my last breath.
A breath of yielding, a breath of checkmate,
No freedom whatsoever — only hate.
Addah Monoceros.

Friday 6 March 2015

Teriantropía.

En cualquier caso, de poco servía recelar de mi habilidad para surcar los cielos. Pues el yugo de una vigilia enjaulada me había emparedado en la herrumbrosa alevosía de un ocaso envenenado, de una valetudinaria lumbre en cuyo regusto creí hallar dulzura — mas no hice sino abandonarme a una sed insurrecta y enferma, un abestiado anhelo, una traílla enconada y calcinante. ¿Quién era yo? ¿Qué había sido de mí, del níveo plumaje que aderezaba mis alas, realzando mi cándido porte de arcángel tenaz, de polluelo revoltoso? ¿Quién me había usurpado el centelleo de mis pupilas imperecederas, antaño tiznadas de un negro fúlgido y purpúreo? ¿Qué clase de sortilegio había extirpado, sañudo, los últimos vestigios de potestad en cuya autocracia fingí sentirme libre? Pues fue la savia de la aflicción la que nubló mi vista, eclipsando mis serenas conjeturas, mis oníricas utopías, las cuales se arrebujaban redomadamente bajo las gramíneas del pernicioso forúnculo de mi querencia. Y tuviste que ser tú, tan enigmático, tan funestamente incandescente, quien, ataviado con el negro plumaje del recato, te posaste en mi busto de Palas y clementemente abriste la puerta que me redimió. Y azarosa desplegué las alas, que aún ardían con las brasas de mis acerbas retentivas — mas comprobé gozosa que toda jaula es aberrante, artificiosa y malsana. Que el mayor presente no estriba en las alas, sino en la radiante voluntad de desplegarlas. Que el vuelo más dichoso es el del ave que atesora su propia senda, que se recrea en el néctar de su albedrío... y que el amor fenece a expensas de la necesidad, su antípoda y su debacle. Pues te quiero porque no te necesito, y no te necesito porque te quiero. Y así me pierdo risueña en la noche que te concibe, y salpico de auroras tu lienzo estrellado —  ya que de poco sirve recelar de mi habilidad para surcar los cielos, cuando fueron tus luceros quienes me condujeron al paraíso. 

Addah Monoceros.

Thursday 5 March 2015

El pensamiento (cuento infantil).

Nota de la autora: soy consciente de que no cubro el mismo registro que en publicaciones pasadas, y que este microrrelato constituye algo puntual. No obstante, hacía años, más de una década, que no escribía un cuento, y ha sido una persona muy querida la que me ha encomendado este favor. Va dedicado a unos niños muy especiales, y sólo por eso he creído pertinente publicarlo. No es mi mejor trabajo, pero sí sencillo y espontáneo —una buena forma de resucitar mi vocación de embaucar a niños con historias de mi invención.
¿Sabe alguien de qué están hechos los sueños? ¿Acaso son una vana travesura con la que nuestra mente se divierte? ¿O hay algo más? Hay quien ha llegado a comentar que constituyen un hechizo, el epicentro de nuestra magia más salvaje, aquella en la que sólo creen los niños. Y, sin embargo, ¿no es esta la magia más pura de todas?

Hace veinte, tal vez treinta años, mis padres y yo nos trasladamos a una ciudad plomiza y gris, donde sólo había cemento y el cielo parecía llorar todo el tiempo. Nuestra casa era grande y fría, con un jardín de suelo yerto y pedregoso, sin flores ni rincones donde poder jugar. Y, naturalmente, yo me sentía muy triste, tanto como el cielo encapotado desde el cual los enormes nubarrones derramaban plateadas gotas de lluvia.

No obstante, la primera noche, cuando mis padres dormían y sólo podía escucharse la melodía del silencio, desperté sobresaltado para descubrir a una niña arrebujada a los pies de mi cama. Era una niña pálida, de pelo negro tinta y unos ojos tan oscuros, que parecían puertas a otros mundos. Me contempló lánguidamente, y pude advertir cómo jugaba tímidamente con una florecilla de pétalos azules que parecían tener cara, pues en ellos se dibujaban unos ojos y una mueca enfurruñada.

—¿Quién eres, y qué haces en mi habitación a estas horas de la noche?—Le pregunté. 
—Oh, siento haberme entrometido.—Respondió ella, y su voz repicó en el silencio como una campanilla.—Soy un hada, y paso por esta ciudad de vez en cuando.

La miré con recelo. Ella sostuvo la mirada, y casi pude percibir un halo de luz a su alrededor y unas frágiles alitas a su espalda.

—Vengo a los lugares grises para devolverles el color.—Prosiguió ella.—¿Acaso no te has fijado en los adultos? No son más que niños que, tiempo atrás, tuvieron demasiada prisa por crecer. Pero ahora están aterrados, porque la vida se les escapa de las manos. Pues ellos, cobardes, se avergüenzan de haber sido niños, se despojaron de su niñez como si de una enfermedad se tratase... y ahora temen envejecer.
—¿Y qué pretendes tú?—Inquirí yo.—¿Ayudarme a no envejecer? 
—¡Ah, no, eso nunca!—Replicó ella.—No. Quiero que crezcas, y que envejezcas. Pero sin olvidar al niño que siempre fuiste y siempre serás. La niñez nos hace creer, nos ayuda a sorprendernos, nos brinda curiosidad, y nos hace felices. Mientras custodies a tu niño interior, nunca estarás solo, pues siempre me tendrás contigo.

Me sentía tan estupefacto, que sólo pude señalar la flor que el hada sostenía entre los dedos. 
—¿Qué es esa flor?—Quise saber.—Parece que tenga cara. 
—Es una flor muy especial — Explicó la ninfa — porque se llama "pensamiento", como el lugar donde nacemos las hadas y todas las ideas en general. Este pensamiento tendrá cara siempre y cuando tú puedas verla.

A la mañana siguiente, desperté desconcertado y algo mustio. Recordé al hada de la noche anterior, y me reí irónicamente. ¡Menudo sueño el mío! ¡Qué fantasía más estúpida!

No obstante, cuando salí al jardín, aquel de suelo yerto y pedregoso, me detuve un segundo. Pues, en un rincón especialmente oculto, se erigía, con la suntuosidad de una reina, una florecilla de pétalos azules. Pétalos que parecían tener cara. Pétalos en los que se podían vislumbrar unos ojos y una mueca enfurruñada.

Los pétalos de un pensamiento.
Addah Monoceros.

Sunday 1 March 2015

Pawn.

Some random date, some random place —
somewhere, sometime.

Dear you,
            Yes, you, my hallowed deliverer, my guardian angel, my lover, my brother, my friend. Your alien beauty scintillates in deviant bizarreness, smoldering my cinereal rags into flourishing tapestries of gold and riches. You engendered the princess I take my pride in, though she feeds on egotism and seclusion, confined to an isolation so rapturous and almost lewd, I sometimes trick myself into concluding you are not real, not true, merely a hideous scoundrel who devilishly mocks my reflection. And still, you mirror frantic shades of eccentricity I once loathed and now cherish — for few wonders glitz as bright as those we genuinely commit to. You are the blushing dawn who mischievously lurks behind the withering dusk. You are the Hades to my Persephone, he who reticently dismantled the pawn inside me, ceremoniously eliciting my inner queen's takeover. You amalgamated my inherent self, since I saw myself in you, key to my freedom, framer of prodigies. For the word is trivial and hollow, and rich threads are said to begrime its plebeian consistency. But I love you, I do, in such an unusual, roughly erratic way — since, ah, darling, it is this unconventionality I treasure the most, the freakish, nonconformist weirdos both of us blend to be. No rules, no grievous ligatures — just wings, and passion, and intimacy, and ecstasy. Believe me, emeer of dreams, when I implore you to seize me, make love to me, take endless swigs of my crimson vitality, embrace me, savour me, have me. And thus I feel eminent and fiery, for I love myself as much as I love you. You, my hallowed deliverer, my guardian angel, my lover, my brother, my friend. 

My saviour. 
Addah Monoceros.
Yours, and hence mine.